Todo el mundo tiene un día de esos. Un día en el que te levantas, y todo es felicidad a tu alrededor y tú no puedes más que odiarlo todo. A Laura le pasa igual, se ha levantado desganada, la molestan los alegres pajarillos de la calle. Es casi la una y no hay nada en la nevera, ni siquiera un poco de leche que desayunar. Estar en paro es un asco. Decidida va al ordenador, hoy habrá algo bueno, no puede ser todo oscuridad, piensa mientras Windows se va iniciando. El correo dice que no hay mensajes nuevos, en Twitter ni un solo comentario es para ella, Tuenti no mejora las cosas, vacio, desierto, todos sus "amigos" tienen vidas geniales con miles de fotos para demostrarlo, pero ¿Quién se acuerda de ella?... Sólo queda ya Facebook los tres comentarios nuevos la ilusionan por un instante, sólo para descubrir que son invitaciones de Farmville. ¿Por qué? ¿Qué era lo que había cambiado tanto en su vida? Desde que la echaron del trabajo por "recortes de personal" y su novio, Andrés, tuvo que irse a Barcelona por no se qué historias de la empresa, la vida de Laura era una mierda. A menudo se pregunta por qué no fue con él, la relación no es lo que era y ella se siente terriblemente sola.
Desganada va hacia el balcón y enciende un cigarrillo mientras mira a la gente de la calle... felices, todos parecen felices, aquél niño pequeño que mira a su globo relleno de helio escaparse entre las nubes es feliz, porque su madre lo está besando para curar la pena. "¿Por qué a mi nadie me besa?"-pensó Laura. Hacía casi tres meses que Andrés no pisaba por casa, con la excusa del trabajo la relación se había ido enfriando poco a poco, las horas interminables de cuelgatús se habían terminado hacía mucho y el sexo telefónico que otrora fuese divertido y magnífico, se había convertido en una rutina casi insoportable. Laura piensa que la ruptura es inevitable, pero se aferra a él, no quiere, no puede perder el único pilar de su vida que aún no se ha derrumbado.
Sigue fumando y mirando a la calle, los odia, los odia a todos, tan felices y ocupados allí abajo con sus vidas perfectas. Da la última calada al cigarro y tira la colilla a la calle, sabe que está mal, pero secretamente espera que le caiga a alguien encima, y le queme. "Yo antes no era así" se lamenta.
Mientras entra de nuevo en la casa echa un vistazo a su alrededor, de pronto todo la parece gris, gris y desordenado, sucio, como en aquella novela de Philip K. Dick, donde el polvo radiactivo lo devora y lo destruye todo. Sí, eso es, se ve a sí misma como un androide, repudiada por la sociedad, obligada a esconderse y enganchada a una caja que controla su estado de ánimo. El problema es que Laura sabe que la única que la repudia y que la obliga a esconderse es ella misma, ella y sólo ella. "¡Tengo que salvar a Laura!" exclama de pronto en mitad de la casa vacía mientras aquel gato antipático la mira con desdén desde el sofá. "Y tú no vas a impedirlo" le increpa al gato, que ovillandose cómodamente vuelve a ignorarla.
Ese estúpido gato de Andrés es insoportable. Sin darse cuenta Laura empieza a colocar cosas, a limpiar a recoger, pasa casi toda la tarde, está cansada y tiene hambre pero no quiere salir al mundo feliz, no quiere ser una sombra gris pululando por las aceras. Pero tampoco tiene sueño, enciende la tele, quiere sentir compañía. Las voces de la tele resuenan en el salón como si estuvieran en una cueva, y mientras, Laura sigue trajinando por la casa, de forma casi automática, sin pensar.
Decide darse una ducha, el enorme gato la persigue soñando con comida y se queda sentado en la taza del water, mientras ella se ducha, el agua templada resbalando por su piel la encanta, la relaja, la tranquiliza, incluso la excita, la ducha se convierte en baño y después otra vez ducha. Cuando por fin se decide a salir se siente nueva, renovada por completo, sale del baño y ya es de día, está amaneciendo, ni siquiera se ha dado cuenta de que el tiempo hubiera pasado tan rápido.
Con la luz del día todo es precioso, la casa ya no está desordenada ni sucia, sin darse cuanta se ha pasado la noche en vela poniendo las cosas en su sitio. Todo es precioso ahora, la luz se filtra a través de las cortinas púrpura dándole un tono rosa a todo. Laura se mira las manos, aún arrugadas por el agua, también se ven rosas, "¡La vida en rosa!" exclama de pronto Laura, y sin saber por qué se echa a reír. Se ríe tan fuerte que el gato se asusta, se ríe tan fuerte que hasta la duele, pero la da igual, a partir de hoy todo es rosa y nada puede salir mal.